miércoles, 29 de agosto de 2007

Los Niños del Pueblo


Erase una vez, un pueblo muy especial. No tenía nombre y sin embargo todos sabían de él. No tenía ubicación en un mapa.Pero todos sabían llegar a él. Todos los caminos conducían a este pueblo.

Ana Cristina, era una abuela muy linda, muy respetada y muy considerada. Todos la cuidaban y la mimaban. Sus días trascurrían lentamente para ella, desde que una enfermedad que padecía la mantenía en cama. Sus pensamientos la llevaban, sin embargo, a su tan añorado pueblo. Al cual deseaba, regresar. Cuando era niña fue tan feliz, que cuando creció, convirtiéndose en una hermosa mujer y se vio obligada a partir a otro lugar, no se dio cuenta. Claro, estaba plena, dichosa y satisfecha, de todo lo que había recibido, en el seno de su familia y de sus amigos y amigas. Todo cuanto recordaba de esa etapa de su vida estaba lleno de magia.

Un día, que se sentía muy cansada, sus dos hijas, las cuales consideraba un regalo de Dios y de ese maravilloso hombre, que la acompañó en todos sus momentos; lloraban desconsoladas una en brazos de la otra, buscando consuelo. El no poder ayudarla, las hacia sentir impotentes y frustradas. En ese momento Ana Cristina, les dijo: Porque lloran, porque sufren, de esta manera. Quiero que regresen al pueblo y busquen todo lo que allí dejaron, eso les permitirá, apreciar mejor la vida y entender, que no hay despedidas.

Sus hijas, atónitas la miraron y preguntaron al unísono: ¿el pueblo? Si, les contestó, el pueblo. La congoja, fue aún mayor, pensaban que su madre, perdía la cordura. No sabían de qué pueblo les hablaba. Toda la vida la habían transcurrido en esta casa, en este hermoso vecindario de Los Rosales. Ana Cristina, veía la confusión en sus hijas. El pueblo, hijas mías regresen al pueblo. Allí estaremos juntos, por siempre. Se quedó dormida, una gran sonrisa surcaba su rostro. Parecía una niña. Su respiración era tranquila.

La hermosa abuela, decidió preparar su retorno a su amado pueblo, se llenó de recuerdos, de imágenes, de olores, de caídas y tropiezos, de circos y escondidas, de caramelos y cintas en el pelo, de miedos y consuelos, de los brazos fuertes del padre, de los te quiero de la madre, de las campanas de la iglesia, de los juegos en la plaza, de los dulces y del refresco.

Al despertar, las miró, ahí estaban. Dormidas, con sus ceños fruncidos y llenas de miedo. Les lanzó un sonoro beso y al verlas despertar, con bostezos y lamentos, les dijo, vengan acá, denme un abrazo. Y las apretó fuerte, muy fuerte.

Tengo hambre, quiero comer donas y café con leche. Todas rieron, sabes que no puedes. Claro que puedo, les refutó. Y luego quiero que vayamos al pueblo. No sabiendo que decir salieron a buscarle las donas y prepararon café, luego desayunaron juntas y se reían, recordando cosas de sus infancias. Travesuras que ya no recordaban. Habían sido tan felices y sin embargo, no lo recordaban, no tenían tiempo. La escuela, la universidad, las fiestas, los amigos, el trabajo… no tenían tiempo.

Por eso tienen que regresar al pueblo, al de la infancia, al de la alegría. Aquel lugar que es muy nuestro. Que está ahí, muy dentro de nosotros. Esperando. Búsquenlo, encuéntrelo. En ese momento, todo les será más llevadero. Vivan la vida, en la simpleza de las cosas. Como cuando eran niñas. Disfruten la lluvia, en vez de quejarse por el mal tiempo. En lo hermoso del otoño, en vez de quejarse porque los arboles ensucian con sus hojas secas. Disfruten de la brisa en el rostro, al llegar un nuevo día. Atrapen en su mirada y en el alma, la sonrisa de un niño. Sientan el calor, de la mano del anciano. Deléitense con las maravillosas notas de un ave, en la rama de un árbol. Regrésense a la magia, a la de los cuentos. Así. Podrán transitar por la vida, con pasos más certeros. Luego Ana Cristina, sonrió, tomo su equipaje y partió, al pueblo. Con sus recuerdos. Allí la esperaban todos, los que se habían ido. Todos la esperaban con los brazos abiertos. Allí estaban todos, Los Niños del Pueblo:

Autora: Rosa Ferrer



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